Los dioses hacen algo más que impulsar la voluntad humana, también conceden fuerza y habilidad en la ejecución, y por añadidura éxito o fracaso. En las tres fases de la acción humana, lo irracional y lo inseguro están, para el poeta homérico, bajo orientación divina: el elemento inexplicable de la decisión espontánea que fija el objetivo, el elemento imponderable en la ejecución acertada o errada y el elemento incalculable de los accidentes que coadyuvan o frustran. Atenea «guía» el arma de Diómedes, de manera que acierta y mata (Il., 5, 290). Atenea, que había instigado a Pándaro para disparar contra un Menelao no precavido, hace que la lanza sea inofensiva, como una madre que impide que un insecto pique a su hijisto dormido. El modo preciso de actuación de los dioses queda en la Ilíada en la oscuridad. ¿No fue la mano del arquero tan segura como otras veces? ¿Tenía un defecto la flecha? ¿Lo impidió un golpe de viento? ¿O simplemente fue un milagro? Al poeta no le interesan esas cuestiones. Lo único que sabe y dice es que medió un dios entre el esfuerzo humano y el resultado.
H. Fränkel, Poesía y Filosofía de la Grecia Arcaica, p. 79
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