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Filosofía y narración

«Tanto el filósofo como el narrador aspiran a una cierta universalidad: al saber. Como es de todos conocido, esta aspiración está inscrita en el nombre por el que reconocemos al filósofo: amigo del saber. Lo que de bello tiene esta denominación reside precisamente en esto: en nombrar una aspiración, un anhelo, una tendencia — en que no se nos propone un quehacer cerrado del que pudiera esperarse alcanzar una posesión completa, sino un viaje: deriva o travesía. El filósofo no es un sofós, un sabio, sino un aprendiz, un amante, un aficionado y un amigo del saber — y esa distancia que le separa del sabio, y en la que reside la dignidad última de su oficio, podemos entonarla con desafiante arrogancia, como Parménides y Heráclito, y pedir que no se confunda al filósofo con tanto pretendido sabio que se contenta con su pequeña colección de opiniones mejor o peor articuladas, más o menos verosímiles; o podemos decirla con humildad y con nostalgia, como en ocasiones lo hace Platón, reconociendo que los verdaderos sabios, aquellos que realmente sabían, quienes conocían la Verdad y las respuestas, se extinguieron — forzándonos a nosotros a un deambular de pregunta en pregunta: al juego de un diálogo interminable.
»El saber del narrador se abre en otra dirección — incluso la etimología de su nombre así nos lo indica: narrador deriva de gnarus, «el que ha visto». El narrador es pues quien nos cuenta lo que ha visto — y en toda la gama posible de acepciones del ver: desde vidente inspirado a mero testigo. Y sabe precisamente porque ha visto. «El haber visto», escribe Heidegger, «es la esencia del saber. En el haber visto aparece ya algo más que la realización de un mero proceso óptico. En el haber visto, la relación con lo presente está más allá de toda clase de comprender sensible y no sensible. Desde este punto de vista, el haber visto se refiere a la presencia iluminadora. El ver se determina no por el ojo sino por la iluminación del ser. El empeño en ésta es la articulación de todos los sentidos humanos. La esencia del ver como haber-visto es el saber. Éste conserva la visión. Nunca olvida la presencia. El saber es la memoria del ser. De ahí que Mnemosine sea la madre de las Musas. Saber no es ciencia en la acepción moderna. Saber es el guardar pensador de la custodia del ser»».

M. Morey, El orden de los acontecimientos, pp. 37-38.


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El “entre” metafísico, el fracaso y su necesidad, 29-06-2011.
Herodoto como narrador (Benjamin), 21-12-2011.
Crepuscularidad de la filosofía, 17-02-2012.

 
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Publicado por en marzo 23, 2012 en Hermenéutica, Materiales

 

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Herodoto como narrador (Benjamin)

«Lesskow se remitió a la escuela de los antiguos. El primer narrador de los griegos fue Herodoto. En el capítulo catorce del tercer libro de sus Historias, hay un relato del que mucho puede aprenderse. Trata de Psamenito. Cuando Psamenito, rey de los egipcios, fue derrotado por el rey persa Cambises, este último se propuso humillarlo. Dio orden de colocar a Psamenito en la calle por donde debía pasar la marcha triunfal de los persas. Además dispuso que el prisionero vea a su hija pasar como criada, con el cántaro, camino a la fuente. Mientras que todos los egipcios se dolían y lamentaban ante tal espectáculo, Psamenito se mantenía aislado, callado e inmóvil, los ojos dirigidos al suelo. Y tampoco se inmutó al ver pasar a su hijo con el desfile que lo llevaba a su ejecución. Pero cuando luego reconoció entre los prisioneros a uno de sus criados, un hombre viejo y empobrecido, sólo entonces comenzó a golpearse la cabeza con los puños y a mostrar todos los signos de la más profunda pena.
»Esta historia permite recapitular sobre la condición de verdadera narración. La información cobra su recompensa exclusivamente en el instante en que es nueva. Sólo vive en ese instante, debe entregarse totalmente a él, y en él manifestarse. No así la narración pues no se agota. Mantiene sus fuerzas acumuladas, y es capaz de desplegarse pasado mucho tiempo. Es así que Montaigne volvio a la historia del rey egipcio, preguntándose: ¿Por qué sólo comienza a lamentarse al divisar al criado? Y el mismo Montaigne responde: «Porque estando tan saturado de pena, sólo requería el más mínimo agregado para derribar las presas que la contenía». Eso según Montaigne. Pero asimismo podría decirse: «No es el destino de los personajes de la realeza lo que conmueve al rey, por ser el suyo propio». O bien: «Mucho de lo que nos conmueve en el escenario no nos conmueve en la vida; para el rey este criado no es más que un actor». O aún: «El gran dolor se acumula y sólo irrumpe al relajarnos. La visión de ese criado significó la relajación». Herodoto no explica nada. Su informe es absolutamente seco. Por ello, esta historia aún está en condiciones de provocar sorpresa y reflexión. Se asemeja a las semillas de grano que, encerradas en las milenarias cámaras impermeables al aire de las pirámides, conservaron su capacidad germinativa hasta nuestros días».

W. Benjamin, «El narrador», en id., Para una crítica de la violencia y otros ensayos, Taurus, pp.117-118.

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Heródoto y la invención de la prosa, 03-06-2011
La novela y la hermenéutica, 18-10-2011.

 

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Estructura ontológico-semiótica de la narración ficticia literaria.


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Así, podemos establecer la estructura ontológico-semiótica de la narración ficticia literaria. Esquematizamos esta estructura en la figura nº 6. En los apartados siguientes volveremos detenidamente sobre aquellos niveles y figuras que todavía no hemos tratado. Señalemos, de momento, la interpretación que queremos dar a la posición de cada elemento en esta figura. Para ello, deberemos justificar nuestro esquema frente a otros al uso.
J.-K. Adams (12) presenta un esquema más reducido de la estructura pragmática del discurso ficticio:
W (S ( text) H) R
W= writer, S= speaker, text = text, H= hearer, R= reader
The underline [sic] marks the communication context, which is fictional.
Este esquema de Adams es comparable a otro propuesto por Lanser (118). Sobre la necesidad de incluir al autor y lector textuales y reales en el esquema, véase 3.3 infra. Ya hemos señalado que Bal los suprime precipitadamente en su formulación. En Adams encontramos una versión más moderada, pero también insuficiente. Las denominaciones speaker y hearer se refieren a las instancias que nosotros llamamos narrador y narratario. En contra de lo que parece suponer Adams, el narrador puede ser además el autor (ficticio) de la versión escrita del texto (cf. 3.2.1.10 infra). Se observará que a pesar de marcar la diferencia ontológica entre la acepción real y la acepción ficticia del texto (con los dobles paréntesis).
Adams no tiene nombre para el objeto transmitido por el autor al lector; ello va unido al hecho de que no reconoce que exista una comunicación entre ellos; el único contexto comunicativo que reconoce es el ficticio. Pero esto es absurdo: hay una comunicación entre el autor y el lector que es la participación de ambos en la actividad literaria; el contexto comunicativo real está desdoblado en escritura, publicación y lectura, y el objeto transmitido es el libro. No hay, por tanto, un “desplazamiento” del autor y lector fuera del contexto comunicativo, para dejar sitio al narrador y narratario, como pretende Adams (14); lo que hay es una superposición lógica de los dos contextos comunicativos. La enunciación ficticia, de haberla, es solamente el paso obligado para llegar a la enunciación real. Observemos de paso que a pesar de tratarse de un elemento ficticio, no por ello deja de ser necesario para la caracterización óntica del texto (en contra de lo que afirma Martínez Bonati, 41-42): en los objetos semiológicos no tiene sentido separar a priori lo real de lo ficticio sin tener en cuenta su papel estructural.
Los niveles que hemos señalado en el esquema anterior no deben ser confundidos con los niveles de inserción narrativa ni con los niveles puramente ontológicos de ficcionalidad (una vez hecha abstracción de la codificación semiótica). Una diferencia ontológica existente entre algunos niveles es una simple diferencia de rango semiótico: un nivel es significado por otro; o, siendo codificado por medio de signos, constituye el nivel siguiente. Es lo que sucede con las relaciones entre acción, relato y texto ficticio. Pero esta diferencia está implícita en la noción misma de significación: en un signo, el significante está presente ante nosotros, existe para nosotros, de distinta manera que el significado. Ello no significa que estos distintos niveles no puedan pertenecer a un mismo mundo posible. Se trata aquí de una diferencia ontológica distinta. La diferencia entre el texto ficticio o el real, o entre el narrador ficticio y el autor textual, no es una simple diferencia de codificación: se trata de instancias pertenecientes a diversos mundos posibles: el mundo real y el mundo de ficción.

José Ángel García Landa, Acción, relato, discurso. Estructura de la ficción narrativa, Univ. de Salamanca, pp. 246-248.

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Autor (textual) y narrador, 8-03-2011.

 
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Publicado por en abril 19, 2011 en Materiales, Narratología

 

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