Estos días en que la ciudadanía de Grecia se encuentra secuestrada por entidades financieras que, por supuesto, no se guían por los intereses de la población, resulta irónico y algo cruel encontrarse con un texto como el que sigue, aun cuando sea verdad lo que en él se dice:
«Con el nombre de Grecia se alude tanto a una entidad geográfica, a una determinada época histórica, como a una representación intelectual, a una forma espiritual, a una Idea. Sólo por referencia a esta Idea tiene sentido decir que hubo un tiempo en el que los hombres inventaron la lucidez –porque estamos hablando de un tiempo que pertenece por entero a nuestra memoria, donde los descubrimientos históricos de los griegos se confunden con nuestro descubrimiento de los descubrimientos de los griegos, y los umbrales que sabemos que ellos traspasaron son los que nosotros no pudimos dejar de traspasar con ellos. Porque Grecia es también y ante todo patria ideal: de ella son ciudadanos tanto Sócrates como Nietzsche, tanto Edipo como Freud, tanto Epicuro como Marx –aunque sólo sea porque tras leer a los segundos nuestra comprensión de los griegos y el lugar tutelar que ocupan como figuras de nuestra memoria ya nunca pueden volver a ser los mismos de antes».
Miguel Morey, El orden de los acontecimientos. Sobre el saber narrativo, Península, 1988, pp. 12-13.
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De la irrecuperabilidad de esa patria ideal, de su nunca haber existido quizá, habló el otro día Arturo Leyte al presentar junto con Helena Cortés una nueva edición de El Archipiélago de Hölderlin. En el epílogo de esa obra dice algunas palabras sobre el particular:
«No hay filosofía de la historia que venga a explicar naturalmente el desarrollo histórico de las épocas, porque entre Grecia y nosotros o, en palabras de Hölderlin, entre Grecia y Hesperia, tal vez no haya nada y el Poema solo pretenda dejar ver esa «nada» a través de diferentes imágenes que no guardan ninguna relación dialéctica, porque al final no hay reconciliación: las imágenes coexisten unas al lado de las otras, a veces de modo vacilante, sin que su conjunción vaya tampoco a presentar el Nuevo Mundo, simplemente porque no lo hay. Lo de «nuevo», así, aludiría más bien a la orilla desde la que se puede nombrar a Grecia; el lugar desde el que se pone nombre a las islas, pero cuando estas han declinado. Nos quedan los nombres, pero no las cosas. (…)
»Pero ese movimiento no-dialéctico reactiva mejor que cualquier sucesión histórica una nueva lectura. El poema de Hölderlin se vuelve más actual que en su tiempo, cuando todavía se sobreentendía la posibilidad de una reconstrucción del perdido viejo mundo, aunque solo fuera artística. Hölderlin vio la ruptura, por eso es más moderno que nadie: no produce un mito ni crea un fantasma –Grecia– sino que lo disipa».
A. Leyte, «Epílogo», en F. Hölderlin, Der Archipelagus, La Oficina, 2011, pp. 109-110.
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Pues eso, que de distancias se trata. Y no estéticas, precisamente. Grecia, el pasado, se ha perdido, se está perdiendo, irremediablemente. Y el proyecto no es, por supuesto, recuperarla, recuperarlo; ir en busca del tiempo perdido no es un romántico retorno a la infancia, ni un iluso revival neoclasicista. Se trataría, más bien, de algo similar a recordar el silencio, percatarse del fondo, dejándolo tal como está.
Dejo aquí unas palabras de Hölderlin del poema mencionado, en la traducción mencionada, vv. 200-208 y vv. 288-296:
¡Ay! mas los hijos de madre fortuna ya pisan piadosos
tierra de ancestros, se van a olvidar del destino los días
junto al Leteo. ¿Y no basta a traerlos de vuelta el anhelo,
nunca mis ojos podrán ya mirarlos? ¿Y nunca ya hallaros
puede por miles de verdes veredas ¡divinas figuras!
triste paseante que os busca? ¿Y tan sólo escuché los relatos,
lengua la vuestra aprendí, para el alma embargar de tristeza,
antes del tiempo perderla, pues huye a habitar con las sombras?
(…)
Tú, sin embargo, inmortal, aunque nunca ya el griego te cante,
oh, dios del mar, ni tus gestas celebre, permite que siempre
sigan sonando en mi alma tus olas. Que sobre las aguas
nade sin miedo y se entrene mi espíritu al tónico y fuerte
gozo; y eterno mudar, devenir, que es lenguaje de dioses,
yo al fin comprenda, y si al cabo el desgarro del tiempo en mi mente
rompe con fuerza y la humana penuria y el triste extravío
entre mortales mi vida mortal con violencia estremecen,
deja que al fin yo por siempre en tu fondo el silencio recuerde.
Anteriores post relacionados:
–Griegos y modernos, 15-04-2011.
–Ilimitación, diferencia y finitud, 31-07-2011.