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Sócrates cómico.

24 Mar

La constante tendencia de la comedia ática «antigua» a hacer comparecer personajes que a la vez son probables espectadores y/o forman parte del entorno cotidiano del espectador está emparentada con lo que hemos llamado «metadrama» o «metaescena», si bien no siempre lo es formalmente, pues esa comparecencia puede tener justificación intraescénica e intradramática, como de hecho ocurre en el caso que ahora vamos a comentar. Sea ello como fuere, el hecho de que se trate de personajes sin figura cerrada (es decir: vivos) puede dar lugar a efectos muy particulares sobre la recepción de la comedia en momentos en los que esos mismos personajes han pasado a la situación de figura entera. Por ejemplo, a Sócrates en el año 423 le falta mucho para ser Sócrates; en especial le falta morir; lo cual, si es importantísimo para cualquiera (recuérdese la entrevista de Solón y Creso en Heródoto), lo es en particular en el caso de Sócrates. De hecho, el «testimonio» que a propósito de Sócrates se ha querido ver en «Las nubes» sólo ha sido aceptado desde las (también clásicas en la historia de Occidente) posiciones «antisocráticas» o similares, y creemos que ello no ayuda nada a entender «Las nubes».
De entrada, a la luz de todo lo que hemos dicho, no es ningún disparate el que Sócrates aparezca como un «sofista» o incluso como el más eminente o el más significativo de los «sofistas». La frontera que se establece a partir no de Platón, sino de la recepción de Platón, es anacrónica: el Sócrates del diálogo se distancia de los sofistas porque lo de él es en general una cierta distancia, no porque pertenezca a otro apartado que precisamente ellos. Otra cuestión es la de si el concreto carácter que dé a Sócrates eminencia o especial significación en relación con (o «dentro de») el conjunto de los sofistas, tal como ese carácter puede encontrarse en los diálogos de Platón, está o no de alguna manera recogido en la comedia; a este respecto veremos que el carácter o movimiento, en efecto, está, aunque desde luego no como específicamente «socrático», y, con independencia de si era o no atribuible a Sócrates en el momento de la comedia, en todo caso sería imposible que en la comedia se le atribuyese en particular, pues no es otra cosa –según veremos– que el espíritu de la comedia misma.

Felipe Martínez Marzoa, El saber de la comedia, A. Machado, p. 54-55 (sub. mío).

Confróntese con el caso de las prolepsis platónicas.

 

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