No puede ser más radical el contraste con el ejemplo griego. En primer lugar, en el orden político, en el que la invención de la ciudad y de su espacio mental no parece estar separada del instrumento escrito. Mientras que la escritura micénica, llamada lineal B, cursiva y a menudo ilegible, sirve como memorándum a los altos funcionarios o a los encargados de palacio en su trabajo administrativo, el útil alfabético, con su pequeño número de signos, vocales y consonantes estrictamente diferenciadas, bien adaptadas a la pronunciación, parecía en cambio haber sido forjado para y por las primeras democracias. Su legibilidad, así como su simplicidad, responden perfectamente a la exigencia de publicidad de las nuevas relaciones sociales. En realidad, el gesto fundamental de los primeros legisladores es el de poner las leyes por escrito, no para transformarlas en códigos confiados a profesionales sino para exhibirlas a ojos de todos los ciudadanos, en el centro del espacio cívico.
M. Detienne, La invención de la mitología, pp. 43-44