Leo en la introducción de Luis Gil a la edición de Dyckinson del Fedro, lo siguiente:
«Por otra parte, no encontramos en nuestro diálogo [e.e., el «Fedro»] la decidida condena de ciertas prácticas que ensombrecieron el mundo luminoso de los griegos. Platón se muestra en el Fedro más indulgente con la pederastia de lo que se había mostrado en el Banquete o se mostrará posteriormente en las Leyes. Y nos sorprende la concesión que en 256d hace a las costumbres de su época…» (p. 29)
Indudablemente, para Luis Gil, el «genio» que es Platón, debía estar por encima de las costumbres de su tiempo, y considerar, en consonancia con el nuestro, condenables esas «ciertas prácticas» a las que se refiere. Según dice el propio Gil, A. Diès propone la siguiente resolución al problema:
«Platón, para atraerse a la juventud, para crear nuevos adeptos para su filosofía, ha tenido que realizar en su sistema una «transposición» de las condiciones culturales de la época: una transposición de la retórica, una del erotismo literario…» (ibid.)
O sea, se trataría de un recurso retórico-publicitario. Algo así como decir «dabuten» o llevar una gorra girada hacia atrás. Un juicio un tanto arriesgado. Wilamowitz, por su parte, y siempre en función del texto de Luis Gil, dice lo siguiente:
«Si el Sócrates del Banquete parece vencer sin esfuerzo la llamada de la sensualidad, la viva descripción que hace aquí de la lucha interna del alma por domeñar los apetitos parece revelar otro hombre (!). Platón habría dejado hablar aquí a su propio yo, revelándose en este discurso sus propias experiencias y su conocimiento de la debilidad humana» (p. 30)
O sea que Platón era un guarrillo, y ese es su modo de contárnoslo. O no, según Robin, lo que pasa es que su «genialidad» le hacía tener mucha imaginación:
«Entre ellos Robin, para quien la calidad de consumado artista del filósofo le facultaba plenamente para expresar sentimientos que él mismo no hubiera experimentado» (ibid.)
Erotikós o mimetikós, Platón sería en todo caso el «protagonista» de esta narración socrática. Y ello derivado de una lectura de determinado momento del Banquete. Lo curioso es que esta referencia es de tal abstracción, que quizá el contextualizar supondría un cierto avance. O al menos, descartar alguna que otra teoría absurda. El momento del Banquete que se menciona, el del «vencimiento de la sensualidad», es contado por el ebrio Alcibiades en su elogio a Sócrates. Es decir, está visto desde el punto de vista del anti-eros, del joven amado que decide «conceder sus favores» al erastés. De hecho, la parte «erótica» del Fedro contiene un momento que se me asemeja muchísimo a esa narración del Banquete. Cito según la ed. de Luis Gil (254a ss.):
[Habla SÓCRATES:] «En consecuencia, siempre que el cochero, al ver la persona que despierta su amor, siente ante esta percepción un calor por toda su alma, y se llena del cosquilleo y las picaduras de la añoranza, aquel corcel obediente al auriga, dominado entonces como siempre por el respeto, se contiene para no saltar sobre el amado. Pero el otro, que ya no hace caso ni de los aguijones ni del látigo del auriga, se lanza saltando impetuosamente; y poniendo a su compañero de tiro y al cochero en toda clase de apuros, les obliga a ir junto al amado y a hacerle mención de los deleites del amor. Al principio se oponen ambos encolerizados, como si fueran obligados a una acción terrible y criminal. Pero al fin, cuando el mal ya no tiene barrera, se encaminan, dejándose guiar, cediendo, y conviniendo hacer aquello a lo que se les invita. Y llegan junto al amado y ven el radiante espectáculo que ofrece. Al divisarlo el cochero, su recuerdo se transporta a la naturaleza de la belleza, y la ve de nuevo estar con la moderación en un santo pedestal. Al verla se llena de temor, y dominado de un religioso (sic) respeto cae de espaldas, quedando a la vez forzado a tirar de las riendas hacia atrás con tanta violencia que hace sentarse a ambos caballos sobre sus grupas (…) [pasa esto muchas veces, lo de que el auriga se resiste y frena a los caballos] Así, cuando haya pasado el tiempo haciendo esto, y adquirido intimidad con el amante con los contactos en los gimnasios y en los demás lugares de reunión, entonces ya la fuente de aquella corriente, a la que Zeus enamorado de Ganímedes diera el nombre de «flujo de pasión», lanzándose a torrentes en el amante, en parte se hunde en él, y en parte, una vez lleno y rebosante, se derrama de él al exterior. (…) Queda éste [el amado] entonces enamorado, pero ignora de qué, y no sabe qué es lo que le pasa, ni puede explicarlo. (…) Cuando éste [el amante] está presente, se le acaban [al amado] sus cuitas de la misma manera que a aquel, y cuando está ausente, de la misma manera le añora que él es añorado, pues tiene como imagen del amor un «contraamor». Pero no cree que sea amor, sino amistad, y así le llama. Y su deseo de ver, de tocar, de besar, de yacer con el amante es semejante al que éste experimenta, aunque más débil.
Por ello, como es natural, este deseo hace que se llegue rápidamente a las consecuencias que le siguen. Pues mientras yacen juntos, el caballo desenfrenado del amante sabe qué debe decir al auriga, y pretende, como recompensa de muchas fatigas, el disfrutar un poco. El amado, en cambio, no sabe decir nada, pero, turgente de deseo como está y lleno de perplejidad, abraza al amante y le besa, como si mostrara su cariño a uno que muy bien le quiere; y cuando comparten el mismo lecho está en situación de no negarle, por su parte, el favor al amante, si éste solicitara el obtenerlo. A su vez, el compañero de tiro con el auriga se oponen a esto con su sentido del respeto y su capacidad de reflexión. De ahí precisamente que, si se imponen las partes mejores de la mente conduciéndoles a un régimen ordenado de vida y al amor de la sabiduría, pasen ambos la vida de aquí en la felicidad y…»
Creo que aquí se produce la misma inversión de papeles que en la historia de Alcibiades. E incluso las detenciones que hace el auriga podrían asemejarse a la negativa socrática cuando yacen juntos. Se asemejan, y mucho.
Pero lo más perturbador de todo este asunto es que ha sido la propia moral de los intérpretes la que los ha llevado a plantear problemas en estos textos. Como si dijeran: «un genio del estilo de Platón ha de ser así y asá, y por tanto, no puede estar diciendo esto en serio». Pero la «moral» griega no era tan estricta con la pederastia. Al menos, no con el pederasta. De hecho, según se desprende de los propios textos platónicos (me remito al discurso de Pausanias en el Banquete) el juzgado era el paîs, el adolescente perseguido, a la manera de la joven casadera victoriana. Ya hemos traducido aquí un texto de Dover sobre el tema.
La erótica asimétrica del enamorado maduro y del amado adolescente es, obviamente, un asunto turbio, pero que hay que aceptar como componente del mundo griego para poder entender el texto platónico. Y la noción griega de éros. Esto si uno quiere interpretar el texto. Si pretende, como temo que es el caso, extraer verdades eternas, más aún incluso, las verdades-eternas-que-yo-ya-sé, no hace falta, claro. Pero tampoco hace falta leer para eso.
Anteriores post relacionados:
–Esquema de El Banquete, 14-03-2011.
–Erastés y Erómenon, 18-03-2011.
–Introducción de Dover a El Banquete (fragmento), 24-03-2011.
–El discurso de Pausanias (περὶ τῶν ἐρωτικῶν λόγοι 2), 01-04-2011.
–Eros en Antígona, 15-04-2011.
–La belleza de Agatón, 10-05-2011.
–Platón, el demócrata, 14-07-2011.