Extraigo y traduzco, un poco a vuelapluma, de Simon Goldhill, The Invention of Prose, Oxford UP, 2002 (la paginación la pongo al final del tramo citado):
(Democracia y discursividad:)
«»La democracia es una constitución de producción de discursos», escribió Demóstenes, el gran orador del siglo IV. La Asamblea es la arena donde las decisiones políticas del estado eran debatidas y decididas publicamente –y donde las carreras políticas se hacían y se hundían. Los juzgados eran un foro no sólo de resolución conflictos sino de competencia de estatus entre los machos de la élite. El teatro escenificaba un debate para una reflexión de la audiencia. Incluso en la esfera más privada de los symposium, entremedias del vino, las mujeres y las canciones, vemos el juego lúdico de hacer discursos sobre un tema particular. En el agora, el mercado, y, más formalmente, en el teatro, intelectuales y productores de discursos profesionales extranjeros –a menudo llamados «sofistas»– ofrecían discursos para la edificación y la diversión de una audiencia de pago. Lo que es quizá tan importante como este marco institucional es el fundamento ideológico de tales prácticas. Que ambos lados de una cuestión deban ser debatidos públicamente es un lema constante del principio democrático. Que todos los ciudadanos son iguales ante la ley y que la disposición de un juzgado con un jurado público es básico a una política democrática –son principios incontestados en la teoría democrática. Isêgoria –el derecho de todos los ciudadanos a hablar– es anunciada en el ritual de apertura de cada Asamblea con la pregunta del heraldo «¿Quién quiere hablar?». Hay una frase asombrosa que resume estos principios: es meson. Literalmente, significa «en el medio» –pero implica que un ideal básico de la democracia es que todas las cuestiones deben ser puestas en público para el debate y la decisión. Demóstenes tenía razón: la democracia ateniense puede ser resumida como una «constitución de producción de discursos»».
(p.45)
(La excelencia y la democracia:)
«En efecto, lo que hace a un ciudadano un buen ciudadano es, en términos generales, inevitablemente un asunto político. Pero hay un conjunto más preciso de cometidos políticos que hacen de la educación un tema caliente en la polis clásica. Primero, si miramos atrás al periodo arcaico, encontraremos que un poeta como Teognis aconseja a un joven «pasar tiempo con los buenos/nobles [esthlos], si quieres llegar a ser bueno/noble [esthlos]». Es decir, la excelencia, la posesión de los mejores, se transmite, por un lado, por medio del nacimiento y de la crianza, y, por otro, por medio del ambiente correcto de una vida noble. La excelencia es una idea exclusiva y exlcuyente –el gobierno aristocrático depende de aferrarse a lo que es «mejor» [ariston]. De este modo, en la poesía homérica el foco de su narración de la excelencia está casi exclusivamente centrado en los grandes príncipes del mundo griego y, cuando la acción se desplaza hacia el mundo menos elevado de las granjas de Ítaca en la Odisea, la excelencia de las figuras de nivel más bajo consiste en saber su lugar y trabajar para mantener la jerarquía del palacio (y del porquero Eumeo, que contribuye a salvar a su maestro, Odiseo, se dice que ha nacido del hijo de un rey). Sin embargo, los sofistas se ofrecen para enseñar a cualquiera que pueda pagar y la democracia suministra un escenario –al menos en teoría– en el que cualquier ciudadano puede sobresalir. La nueva educación ofrece un nuevo acceso al poder. El nuevo conocimiento ofrece a los ciudadanos no aristocráticos la oportunidad de ascender en estatus y autoridad –lo que podría parecer a las fuerzas aristocráticas un medio para el caos social».
(p. 52)
(Retórica y lenguaje en democracia:)
«La retórica como disciplina demuestra una formalización creciente de las técnicas de persuasión, y esencial a este reconocimiento del arte de hablar bien es una creciente reflexión auto-consciente sobre la naturaleza de la puesta en escena de hablar y de juzgar a los hablantes, lo que es fundamental para la democracia en acción. Central a la autoconsciencia retórica es el estudio de la auto-presentación: ¿cómo hace el orador para construir la autoridad a través de su carácter? ¿Y cómo hace un orador para socavar la auto-construcción de su oponente? Los ideales de ciudadanía son de este modo desplegados y escenificados y manipulados, ya que estas puestas públicas en escena proyectan, explorar y sacuden lo que debe ser un sujeto democrático –ya sea como hablante, ya sea como audiencia evaluadora. La retórica, pues, debe comprenderse en general como un reconocimiento auto-consciente del papel del lenguaje en el funcionamiento de la democracia. El nuevo lenguaje de la prosa –su escritura y estilo e interpretación– es absolutamente fundamental no sólo para la revolución intelectual de la ilustración del siglo V sino también para el funcionamiento político de la ciudad clásica».
(p. 79)
Anteriores post relacionados:
–Heródoto y la invención de la prosa, 03-06-2011.
–Tucídides y la invención de la prosa, 14-06-2011.
–Paradoja (de la) retórica, 16-06-2011.
–La poesía, el mito y el surgimiento de la retórica, 27-06-2011.
–Platón, el demócrata, 14-07-2011.