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La prâxis y la eternidad contingente de la enérgeia

«Lo cierto es que desde la perspectiva ontológico-modal que el libro «Theta» desarrolla se puede captar, quizá con mayor facilidad que desde el punto de vista usiológico-esencial del libro «Dseta», la comprensión aristotélica del ser. Sin embargo, lo que acabamos de aprender no ha sido recibido, por lo general, dentro de nuestras tradiciones metafísicas, por mucho que, a su favor, testimonie la experiencia. Pues lo que Aristóteles acaba de localizar en el acto energético es que hay, que sí hay, eternidad plena (activa, enérgica) en el ámbito mismo de lo contingente, que el tiempo de la realidad, incluso en la tierra, no es sólo el del desgarramiento, la muerte, la miseria, el dolor y la carencia-búsqueda; sino también, y principalmente el de la eternidad, el placer, la felicidad, el encuentro, la riqueza y dicha de estar siendo activamente lo que se es, en la abundancia que se sobra y expresa, que se da, y en la felicidad de contemplar también todo lo que esté siendo ello mismo plenamente, y se dé en absoluto, sin resto, y sin límite exterior. Hay eternidad activa e intensa, en todo lo ente, cada vez que se da simultaneidad gozosa entre realidad y deseo, entre interior y exterior, significante y sentido, posibilidad potente y acontecimiento… potencia perfecta en acto. Lo absoluto y eterno no es algo desconocido, ni un sueño en el que mentirosamente se consuele la miseria de los mortales, de los impotentes. Está aquí-ahora cada vez que hay activa plenitud: prâxis teleía que se da, sin gastarse, sin acabarse… porque la plenitud se alimenta de su propia expresión, se piensa más y mejor cuanto más se piensa, se ve, se contempla más y mejor cuanto más se mira, cada vez es mayor el gozo, cada vez es más potente la potencia, se vive más y mejor cuanto más se vive, se ama más y mejor cuanto más se alimenta el amor perfecto de su propia expresión, se obra mejor cuanto mejor se actúa, porque en todo ello se encuentra placer y felicidad… (cfr. Etic. Nicom. X 3-9). Aquí no cabe el hastío, el cese, el agotamiento porque no hay límite extrínseco, estructura lineal, pérdida o sustitución, sino espontánea intensificación perfectiva, sin solución de continuidad, en el acontecer activo re-flexivo, de lo absoluto que se da, y retorna tras la entrega, a uno mismo, intensificando la riqueza potencial. Estas acciones no tienen límite porque son fín de sí mismas y de las otras, de los movimientos. Para pensar y enseñar (acto energético) hace falta –necesidad hipotética o causalidad teleológica– aprender primero –trabajo, alteración, dolor (movimiento)– y ejercitarse después pensando y enseñando. Así pues, aunque se interrumpan temporalmente, no acaban en el sentido de agotarse, al contrario, se intensifican, se re-crean y «crecen» de vez en vez, a través de su propia realización, como se ha dicho ya. Son eternas, pero en cuanto potenciales, contingentes, según el modo propio de la contingencia extática que les corresponde: aparecen y desaparecen sin cambiar ni moverse, ni morir, cada vez más intensamente capaces de la expresión en cuyo cumplimiento se acrecientan».

Teresa Oñate, Para leer la Metafísica de Aristóteles en el siglo XXI, Dykinson, pp. 441-442.

 
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Publicado por en octubre 2, 2012 en Aristotelica, Cosas de Grecia, Materiales

 

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